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Aumento de pobreza y combate a la pandemia: hay quien tiene las manos sucias

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Por Homero Aguirre Enríquez

La directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) declaró apenas que, con la pandemia actual, “el mundo se enfrenta a una crisis nunca antes vista en la historia… la hora más oscura para la humanidad”, y anunció que está listo un billón de dólares en forma de nuevos préstamos para que los países resuelvan sus problemas; la señora directora no habló de donativos, condonación o posposición de pagos. Dado el tamaño de la emergencia, hay 90 países que han solicitado nuevos préstamos de manera urgente. Por lo que se ve, el panorama no luce tan negro… para el FMI.

Es notable el cambio de discurso de los grandes potentados del mundo. Quienes predicaron durante décadas la reducción de los gobiernos a su mínima expresión, aquellos que no toleraban el nacionalismo económico ni político, y declaraban la guerra total a la soberanía nacional, a los aranceles y a cualquier otra medida de las llamadas “proteccionistas” de la economía; los que rechazaban todo control y reglamentación a las inversiones extranjeras y desataron campañas para oponerse a cualquier intento de política salarial o ecológica que redujera las utilidades del capital extranjero; es decir, toda intervención del Estado en la economía para atenuar injusticias, ahora exigen que esos países, saqueados, endeudados y retrasados en su desarrollo económico, resuelvan cada quien los problemas derivados de la emergencia sanitaria y los tremendos problemas económicos que se anuncian y presagian más estancamiento, pobreza y hambre. Ahora se quieren lavar las manos, pero no pueden.

La situación ya era muy grave antes de la pandemia y ahora se ha vuelto crítica para los trabajadores. “A nivel mundial, 2,000 millones de trabajadores y trabajadoras (el 61,2% en el empleo) trabajan en el sector informal. Tienen más probabilidades de estar expuestos a riesgos de seguridad y salud al carecer de la protección apropiada, como mascarillas y desinfectante de manos. Muchas de estas personas viven en viviendas abarrotadas y en ocasiones carecen de suministro público de agua”, dijo hace poco un experto de la Organización Internacional del Trabajo. Pregunto: ¿Los estados nacionales empobrecidos por el modelo concentrador de riqueza en pocas manos podrán resolver el problema del desempleo, la vivienda y la informalidad laboral (gente que vende en la calle o trabaja en lo que caiga en el campo y la ciudad), detonadas exponencialmente por las políticas neoliberales? ¿Podrán controlar solos la enfermedad, cuando sus sistemas de salud están hechos trizas? ¿Lograrán que la gente se quede en su casa, sin ir a trabajar pero con un ingreso digno, cuando varios países no pueden siquiera proporcionar un sepulcro digno a los difuntos? Lo dudo mucho, y para muestra basta el botón de México.

Hoy presentó su “plan de reactivación económica” el presidente López Obrador. Fue un parto de los montes: del tan anunciado plan… nació un ridículo ratón: dos o tres reiteraciones machaconas de construcción de un tren, un aeropuerto y una refinería que cada vez resultan más liliputienses y cuestionadas por la realidad económica; las muy conocidas y falsas soflamas sobre la eficacia de sus programas sociales; promesas demagógicas, como la de crear más de 2 millones de empleos en lo que resta del año, y absolutamente ninguna acción inmediata para ayudar a quienes están encerrados en sus casas sin trabajo ni alimento y para evitar que quiebren miles de pequeñas empresas. No vimos, ni veremos, un plan transformador del país y tampoco medidas coyunturales medianamente eficaces por parte del gobierno federal para salir de la contingencia y ayudar a los trabajadores y pequeños empresarios. En un escenario en el que se mostró absolutamente solo en el enorme escenario, como involuntaria imagen de lo que le está ocurriendo socialmente, el presidente intentó lavarse las manos, pero no pudo.

No obstante, es posible hacer algo a corto plazo. Por ejemplo, creo que es urgente exigir que sean resueltas las peticiones de millones de mexicanos que han acudido a los dirigentes antorchistas para que soliciten a los gobernadores y al gobierno federal un plan con acciones inmediatas, como diferir pagos de servicios elementales, posposición de pagos de impuestos a pequeños empresarios y, de manera inmediata, dotar de apoyos alimentarios y vales canjeables por productos a pueblos y colonias marginadas, a cuyos habitantes se les ha llamado a permanecer en sus casas para evitar enfermarse, pero que no podrán soportar la falta de ingresos derivados de que no venden en las calles, o ya no tienen trabajo en el campo o la ciudad, entre otras calamidades.

Creí que nadie en su sano juicio se opondría a esa propuesta de mis compañeros, pues es lo más elemental y ligado a la sobrevivencia de miles de mexicanos. Pero me equivoqué, en una reciente rueda de prensa, el gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García, respondió a una reportera que “no era momento de oportunismos políticos”, que “hay gente que quiere sacar raja política”, etcétera, más o menos en el estilo del presidente cuando descalifica a cualquiera que tenga alguna idea diferente a la suya. De las propuestas, nada respondió el gobernador, salvo que la gente tendría que seguir pagando sus contribuciones al gobierno, aunque fuera con una libra de carne del corazón, como dijo el implacable usurero retratado por Shakespeare.

Pero lo que vino después retrata la catadura de los cabecillas de la 4T. Tras de las descalificaciones del gobernador a una propuesta que cualquier político inteligente hubiera tomado como un auxilio social necesario en estos momentos complicados y que requieren unidad, decenas de llamadas anónimas se activaron como virus a los teléfonos de dirigentes, integrantes y amigos de los antorchistas, para amenazarlos con morir a manos de “las armas de un cartel”. La actitud, primero displicente y luego retadora, del subsecretario de Gobierno de Veracruz ante el llamado a que se detuviera la cruel campaña, nos confirmó la hipótesis de que estábamos ante una operación intimidatoria, al estilo de las de antes, una amenaza terrible para no moverse ni decir nada, salvo lo que los poderosos en turno decidan. Cuitláhuac García no sólo intentó lavarse las manos y evadir su responsabilidad de ayudar a los veracruzanos más necesitados, sino que su gobierno recurre a tácticas abusivas y mafiosas, una actitud dictatorial que cada vez se pone más a la orden del día entre algunos gobernantes de la 4T , como Miguel Barbosa, por ejemplo, que rápidamente los ha colocado entre los gobernadores más impopulares, como demuestran diversas encuestas muy respetables. Llamamos a todos los mexicanos a condenar y oponernos a esos engendros de dictadura, vengan de quien vengan.

Los antorchistas nos sumamos a quienes reclaman ayuda inmediata urgente para esas familias y una política verdaderamente nacionalista que modifique la manera en que se distribuye la riqueza en nuestra patria. Nadie se extrañe que empiecen a multiplicarse la inconformidad y las protestas por doquier ante la cínica inacción de los que han sido dominadores y parásitos del mundo, sumada a la complicidad o a las tonterías de los gobiernos de nuestro país; eso y la deriva autoritaria que pudiera tomar el país será responsabilidad de quienes cierran sus oídos, ojos y mentes y se montan en su torpe sectarismo. Evitar que caigamos en una dictadura, así como lograr que el país avance y encuentre su camino para que todos vivamos mejor, es una tarea de los pueblos organizados a gran escala y de liderazgos gigantescos que hay que seguir construyendo.

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