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Emociones, otra forma de penetrar en la verdad de las cosas.

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Por Dimas Romero
Dirigente del Movimiento Antorchista en Quintana Roo           

En días pasados el Movimiento Antorchista de Quintana Roo realizó en Chetumal una modesta pero emotiva eliminatoria municipal de canto con miras a la selección de quienes nos habrán de representar en la próxima Espartaqueada Cultural a celebrarse en Tecomatlán, Puebla, en febrero del próximo año. Dicho evento, aunque limitado respecto al trabajo cultural que hace Antorcha en otras latitudes, permite de todos modos apreciar el cambio radical que provoca en el individuo el cultivo de las artes. ¡Qué profunda impresión ha dejado en mí, ver a mis compañeros convertidos en artistas del pueblo!

Música

Recuerdo que en alguno de mis primeros intentos por ayudarme con la pluma y el papel en mi trabajo de difusión, dije, quizá precipitadamente, que me provocaba desazón caer en los lugares comunes al expresar lo que la organización que represento tiene que decir acerca de temas de importancia ya sea política, económica o social. Confieso que ahora que la realidad me ha exigido poner más empeño en esa parte de mi trabajo, y cuando mis pretensiones sugieren, ahora sí, intentar con más seriedad hacerme de un estilo propio, no tengo empacho en recurrir a las enseñanzas que obtengo de lo que otros han escrito.

Para no variar en la ruta que sigo en ese propósito, me atendré a una de las perlas  encerradas en un relato corto del escritor yucateco Ermilo Abreu Gómez, que trata sobre Canek, el héroe de Cisteil, en el cual se dice que cuando algo no se puede conocer, se deben cambiar los conocimientos por las emociones, que también son una forma de penetrar en la verdad de las cosas.

De ellas me sirvo para mis intentos literarios, del estímulo que me provoca la actividad que desempeño, de los resultados que la lucha del Movimiento Antorchista Nacional obtiene día a día y que quizá ni sus miembros dimensionamos en toda su magnitud e importancia, como por ejemplo, el entender el enorme salto cualitativo que se obtiene de la suma de fuerzas, ¡ah, qué grande es el colectivo con su número! Nos desvelamos pensando en cómo cambiar la decadente sociedad en qué vivimos y ante nuestros ojos se desarrollan sin cesar y a toda prisa las condiciones para el cambio, porque, ¿qué otra cosa es el darle al pueblo la voz que nunca antes ha tenido?, ¿educar con el trabajo colectivo en beneficio de todos?, ¿ inculcar no el atesoramiento, sino la satisfacción única y exclusiva de nuestras necesidades elementales?, ¿qué es devolverle la cultura popular que le han robado, para sensibilizarlo y convencerlo de su capacidad para acometer grandes empresas y triunfar? Estos son los principios de la sociedad naciente y no de la nuestra, que se agita por los estertores de una prolongada muerte; los resultados de nuestra lucha son la prueba irrefutable de que este cambio está ya en proceso.

Escuchar cantar a la ama de casa que, después de las labores del hogar, se da tiempo para llevar a sus hijos a los ensayos de danza y hacer, además, actividades económicas en beneficio de la escuela de la colonia y después, tiene aún algunos minutos para cultivar la música y el canto; apreciar la participación de quien desempeña el humilde oficio de peluquero y tiene tiempo para inducir a sus hijos por el camino de las artes populares; o el compañero que a pregunta expresa de cómo empezó su vida de cantante por los restaurantes de las ciudades, responde: “compañero, esa respuesta es sencilla y un poco dura, un día el hambre acosaba  a mi familia y  me di cuenta que sólo tenía una guitarra para combatirla”. Y saber que muchos de ellos, con la mano en la cintura, superan a los remedos de cantantes que a los mexicanos se nos han vendido desde hace mucho como “artistas”, es sencillamente inspirador

Seguramente no llegaré yo a dominar los mínimos requerimientos literarios de este tipo de documentos, quizá mis escritos no atisben siquiera el umbral de las buenas elocuciones y las cláusulas que mis torpes dedos escriben probablemente vayan inconexas y desprovistas de orden alguno. Pero nada hay que me provoque tanto terror como pasar por la vida sin atreverme a manifestar las emociones que dormitan en mi corazón. Hoy que por fin creo haber encontrado cómo expresarlas, sería una hipocresía preocuparme por lo que se piense del estilo que intento forjarme.

No, nadie debiera perder tiempo escondiendo sus emociones porque dice un hombre sabio y grande como pocos en nuestro país, que para escribir sólo hay que tener algo que decir y decirlo.

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