Por Daniel Osorio García
Dirigente Estatal del Movimiento Antorchista de Quintana Roo
Desde las primeras horas del pasado 3 de abril, los diferentes candidatos a las gubernaturas de cada uno de los seis Estados de la República que toca elegir a sus nuevos gobernantes, arrancaron de manera oficial sus campañas proselitistas. Son casi 12 millones de mexicanos los que están convocados a participar en esta elección.
Así que, el próximo 5 de junio de 2022, los ciudadanos de los estados de Aguascalientes, Durango, Tamaulipas, Hidalgo, Oaxaca y Quintana Roo, tienen la oportunidad de elegir por medio del voto libre y secreto, quién será su próximo gobernador o gobernadora.
El menú de candidatos respaldados por los diversos partidos existentes en México, han salido a las calles a difundir sus “propuestas” como la mejor de todas y, que, de ser el ganador(a), “ahora sí, las cosas estarán mejor”. Pero como en política nada está escrito en piedra, todo puede suceder, así que, esperaremos hasta el día de la elección para saber quiénes serán los próximos gobernantes de las entidades en comento.
Es interesante ver cómo se están agrupado los partidos políticos; unos para conservar el poder y otros para arrebatarlo a su oponente, así pues, para estas elecciones, la alianza opositora “Va por México”, conformada por los Partidos Acción Nacional (PAN), Revolucionario Institucional (PRI) y de la Revolución Democrática (PRD), competirán en cuatro de seis Estados, mientras que la coalición liderada por Morena y que integran también los partidos del Trabajo (PT) y Partido Verde Ecologista de México (PVEM) también contendrá en cuatro de las seis entidades.
A estas alturas, hay muchas casas encuestadoras que miden la intención del voto y que dan cierta claridad de quiénes pueden ser los ganadores, por ejemplo: la firma FactoMétrica, nos indica que, en Aguascalientes, la alianza Va por México lidera la intención del voto con un 42.2 por ciento, mientras que, en Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas, la coalición Morena-PT-PVEM encabezan la intención del voto.
En esta colaboración, no pretendo sólo informar de los próximos comicios electorales, más bien, mi intención es tratar de incidir en los ciudadanos para que no se dejen llevar por “los cantos de sirena” de los candidatos(as) sino que realmente se les exija propuestas claras para mejorar las condiciones del país.
Creo que, a estas alturas muchos ya nos hemos dado cuenta que todos los candidatos de los diferentes partidos políticos, sin excepción, han adoptado un “estilo” que les ha dado resultado para atraer votos ciudadanos a bajo costo, mejor dicho, sin dar nada a cambio. Estoy hablando del estilo retórico de los discursos que pronuncian nuestros políticos en campaña, sin distinción de nivel, importancia o carácter de la función que conlleva el cargo al que aspiran.
El estereotipo no falla: invocación de “elevados” principios de política y de justicia social universal, citas de frases famosas, identificación pública del candidato con principios éticos y valores trascendentales (personales y sociales) que en privado no comparte ni entiende (porque le escriben el discurso), metáforas traídas de los cabellos para dar la impresión de profundidad de pensamiento y dominio del lenguaje, rosario más o menos nutrido de antítesis que pretenden ser contundentes, y esclarecedoras a más no poder, del perfil político global del aspirante y de lo que se propone hacer “si el voto me favorece” (no creo esto, sino aquello; no pienso en esto, sino en aquello; no toleraré tal cosa o tal conducta, sino tales y cuales otras, etc.) y, finalmente, pero no por ello menos importante, la demagogia descarnada que manipula sin recato la sensiblería a flor de piel de nuestra gente, adulando sus intereses y convicciones más comunes y arraigados, es cierto, pero muchos de ellos perjudiciales para sus verdaderos intereses, como es lógico esperar de un pueblo en su gran mayoría, despolitizado y con bajo nivel de escolaridad gracias a una política educativa errónea o malintencionada.
Ya es el momento de sepultar esa oratoria, ampulosa y llena de lugares comunes y promesas en abstracto que no comprometen a nada. Basta ya de ridiculeces como “vengo desde abajo y por eso me identifico con el pueblo”, “soy hombre de palabra y de compromisos”, “no toleraremos la impunidad”, “nadie por encima de la ley”, “combatiremos la pobreza con todo”, “como lo dijo ya saben quién”, “acabaremos con la corrupción”, etc., etc.
El elector mexicano, ahora de estos seis Estados donde habrá elecciones, necesita, y debe exigir, candidatos que le hablen de manera inteligente, clara y precisa, de sus problemas y carencias reales, inmediatas y mediatas, de las verdaderas causas de tales problemas y, de manera absolutamente puntual, concreta, qué tipo de políticas se propone llevar a cabo para resolverlos o comenzar a hacerlo.
Todos los mexicanos, los que votamos y los que no, debemos aprender a medir el calibre intelectual, la cultura universal, el desinterés, la honestidad, la sinceridad, la laboriosidad y la definición ideológica de quien pide nuestro voto para poder gobernarnos.
Eso puede hacerse fácilmente si, al hablarnos, muestra un dominio perfecto de los temas de su campaña, si conoce a fondo las carencias de la gente, si es capaz de explicar la raíz de tales carencias y si, finalmente, sus propuestas de solución son realistas, acertadas y posibles de ponerse en práctica y no pura demagogia. Si no cumple con estos requisitos mínimos, debemos negarle el voto. De esa manera, comenzaremos a construir desde abajo un nuevo tipo de político, es decir, un nuevo tipo de gobernante y de Gobierno, que es lo que pide a gritos el nuevo país que todos demandamos. Vale.