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Tecomatlán, Puebla, bajo acoso intimidatorio (¿casual?)

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Aquiles Córdova Morán. Secretario General del Movimiento Antorchista Nacional

A raíz de que un conocido columnista poblano, en un artículo titulado “Las minas y los cárteles” y partiendo de que Tecomatlán es “dominado por Antorcha Campesina”, afirmó que esta organización “se enfrenta en Puebla y en otros estados al CJNG (Cartel Jalisco Nueva Generación)…”, (ver El Sol de Puebla del 21 de febrero), en la mencionada población, lugar de nacimiento de Antorcha Campesina (hoy Movimiento Antorchista Nacional), ha empezado a suceder una serie de hechos delictuosos que, hasta antes del mencionado artículo, eran absolutamente desconocidos o al menos extremadamente raros. Doy tres ejemplos relevantes.

Del domingo 23 de febrero al domingo 1º de marzo del año en curso, se llevó a cabo la fiesta patronal del municipio, una tradición inmemorial que se celebra cada año con motivo del miércoles de ceniza. Esta fiesta, religioso-profana como todas las del país,  gracias a la sincera devoción de los católicos tecomatecos y a la labor tesonera de la gente organizada en el Movimiento Antorchista Nacional, se ha colocado en los últimos tiempos en el primer sitio entre todas las que se celebran en la región que abarca las mixtecas poblana y oaxaqueña, y aún más allá de los límites de dicha región, según la opinión de los entendidos en este tipo de eventos.

La feria de Tecomatlán convoca, durante los ocho días que dura, a unos diez mil visitantes diarios en promedio, algo realmente inusitado para una zona poco poblada, con gente de bajos recursos económicos en su mayoría y para un municipio pequeño, como es Tecomatlán. Tal capacidad de atracción se explica por varios factores: 1) la gratuidad de los espectáculos que ofrecen los organizadores; 2) la limpieza y comodidad, tanto de las instalaciones de la feria como de la población en su conjunto; 3) el trato comedido, hospitalario y respetuoso de sus habitantes; 4) la alta calidad artística y cultural de los espectáculos que se ofrecen al público; 5) el consumo morigerado de bebidas embriagantes, que evita espectáculos bochornosos y hechos de violencia a las familias que nos visitan; 6) por último pero lo más importante: la seguridad garantizada a todos los asistentes, que corre a cargo de la policía municipal, las autoridades del municipio y la población en su conjunto. En Tecomatlán, todos garantizamos y cuidamos la seguridad de todos.

Pues bien, por primera vez desde que hay memoria, la tranquilidad y la integridad emocional de varios huéspedes de los hoteles de Tecomatlán, que son modelo de limpieza, buen servicio y tarifas moderadas, se vieron perturbadas por varios intentos (demasiados para Tecomatlán, diría yo) de secuestro virtual. Como se sabe bien, tales “secuestros” se realizan a través del teléfono móvil de la víctima, y se basan esencialmente en insultos, amenazas de muerte para un familiar supuestamente en poder de los secuestradores o para la propia víctima, daños que ésta solo puede evitar depositando una cierta cantidad de dinero a la cuenta de los delincuentes. Todo eso es, naturalmente, falso; su eficacia reside en el terror que despierta en la víctima y en el autoaislamiento absoluto a que la obligan, so pena de la vida si se atreve a dar parte a la policía o a solicitar auxilio de cualquier persona de su confianza. El candidato a la extorsión permanece, en efecto, secuestrado, pero por su propio temor, que los delincuentes saben bien despertar y manipular con habilidad de virtuosos.

Como digo, este acoso se dio al menos durante dos días consecutivos contra algunos huéspedes de los hoteles más conocidos de Tecomatlán, antes de que la policía y autoridades pudieran tener conocimiento de los hechos y tomar cartas en el asunto, precisamente por el aislamiento y el silencio autoimpuestos de las víctimas, comprensiblemente temerosas de represalias por parte de los delincuentes. Pero lo revelador y significativo, aparte de su carácter inédito, es que, en todos los casos, los “secuestradores” se identificaran como el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), el mismo cártel con el cual nos relacionó el artículo al que aludí al principio. Esto admite varias explicaciones y resulta difícil, por eso, decir cuál es la correcta. Pero hay algunos hechos duros que hacen probable su carácter intencional y prefabricado. 1) Que tales “secuestros” ocurran por primera vez en Tecomatlán; 2) que todos hayan seguido el mismo patrón; 3) que hayan elegido precisamente la feria de Tecomatlán, conocida en toda la región; y 4) que las víctimas hayan sido, todas, gente llegada de fuera, visitantes que vienen a divertirse y relajarse a Tecomatlán, confiados en la seguridad del municipio.

Todos estos hechos, tomados en conjunto, sugieren la idea de que se trata de sembrar temor y desconfianza hacia la feria de Tecomatlán; de desprestigiar el trabajo del pueblo organizado en el Movimiento Antorchista y ahuyentar al público que año con año nos visita. Sembrar, además, en la mente del público, empezando por quienes sufrieron el acoso, la sospecha sobre las relaciones de Antorcha con el CJNG, según la calumnia lanzada por el autor de “Las minas y los cárteles”. “¿Estamos pagando nosotros por ese enfrentamiento? O más bien, ¿están de acuerdo ambas organizaciones en estas operaciones delictivas para obtener dinero fácil?” Estas y otras preguntas semejantes pueden asaltar a los visitantes de la feria de Tecomatlán y alejarlos definitivamente. Como dije en artículo anterior, la perversidad de ciertos políticos y periodistas puede ir, y frecuentemente va, mucho más allá de lo que pueda imaginar una persona de buena fe. ¿No estamos ante una de tales perversidades, ideada para hundir a un “enemigo político”? El ambiente hostil hacia Antorcha, atizado por el gobierno de Miguel Barbosa, parece hablar en ese sentido.

 El segundo ejemplo. El líder del Movimiento Antorchista de Zacatecas, el compañero y amigo Osvaldo Ávila Tiscareño, que fue diputado al Congreso del estado en la legislatura inmediatamente anterior, venía a Tecomatlán a una reunión nacional cuando, en un paraje de la carretera federal a Oaxaca, perteneciente al municipio de Tehuitzingo, a eso de las doce de la noche del domingo 1 de marzo, el vehículo en que viajaba recibió un disparo de un arma de fuego, una pistola calibre 9 mm, según el peritaje, que alcanzó a abrirle un surco en la nuca rompiéndole toda la piel de esa zona donde se aloja el cerebelo. Es decir, por el lugar de la herida y la trayectoria de la bala, el disparo fue dirigido a la cabeza de Osvaldo; la intención no era, pues, herirlo o amedrentarlo, sino asesinarlo simple y llanamente. Osvaldo salvó la vida por una de esas casualidades que suelen darse una en un millón, pero que se dan, como felizmente ocurrió en este caso.

El líder zacatecano viajaba con su chofer y otros  4 compañeros antorchistas más, hombres y mujeres. La bala trazó una curiosa raya horizontal sobre el pecho del conductor, es decir, que pasó a milímetros del corazón y de otros órganos vitales del compañero que manejaba. Sobra decir que ninguno de los pasajeros era conocido en la zona y no pudo tener, por eso, conflicto alguno con nadie que pudiera justificar el ataque. Por tanto, este hecho es también inusitado. Sí ocurren con frecuencia asaltos y robos de vehículos en el tramo de la carretera que va de Izúcar de Matamoros a Acatlán de Osorio, que es en el que se ubica el lugar donde fue atacado Osvaldo, amén de que la violencia, la inseguridad y todo tipo de delitos se han disparado en el estado de Puebla desde que nos gobierna un experto en seguridad, el Lic. Miguel Barbosa Huerta. Pero un intento de asesinato a sangre fría como el sufrido por Osvaldo, no había ocurrido antes, al menos en lo que a Tecomatlán y al Movimiento Antorchista Nacional respecta.

Un tercer ejemplo. El Ministerio Público Federal, con sede en Tehuacán, Puebla, giró hace pocos días un citatorio a la presidenta municipal, Ing. Sara Yolanda Reyes Hernández (que por cierto llegó extemporáneamente), llamándola a comparecer por una acusación de “ruptura de sellos” oficiales en algún lugar clausurado. Puedo asegurar que jamás hubo tal ruptura arbitraria de sellos en ningún sitio clausurado en Tecomatlán, y que de haber ocurrido algo parecido, no fue hecho ni respaldado por la presidenta municipal. ¿Quién acusa a la presidenta y por qué? ¿Es la autoridad que colocó los sellos o se trata de alguna de esas personas que jamás hacen nada en favor de su comunidad, pero estorban siempre al que sí intenta servir a sus semejantes, como es el caso de la Presidenta Municipal?

En Puebla, como dije, ocurren todos los días delitos graves y de alto impacto para la ciudadanía, como los tres ejemplos que acabo de dar, sin que se advierta la diligencia y actividad de las autoridades encargadas de la seguridad pública y del castigo a los delincuentes. La gente, la opinión pública, se sorprende y se indigna al comprobar que los verdaderos criminales gozan de cabal salud, mientras “todo el peso de la ley” recae sobre los ciudadanos pacíficos cuya honrada actividad los coloca al alcance de la mano de policías, ministerios públicos y jueces. El mundo al revés.

Pregunta: ¿todo lo que está ocurriendo en Tecomatlán es casual? La repentina e inusual perturbación de la vida pacífica, laboriosa y constructiva de un municipio que es modelo para el país entero, ¿es espontánea, es solo parte de una realidad nacional en descomposición? ¿O hay una mano perversa detrás de todo esto, que busca destruir al Movimiento Antorchista, Poblano y Nacional? Yo no puedo, por supuesto, responder categóricamente esta pregunta, pero sí estoy seguro de que lo sabremos. “El tiempo lo descubre todo” dice don Miguel Cervantes en su novela inmortal “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”. A eso me atengo.

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