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OBLIGAN A MUJER VIOLADA A DECLARAR ENCADENADA EN CANADÁ

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Una indígena indigente, que había sido violada y apuñalada, fue obligada a declarar encadenada y detenida luego junto a su atacante en un caso que ha provocado indignación y ha hecho que se ponga sobre el tapete el trato a los pueblos originales en Canadá.

El ministerio de justicia de la provincia de Alberta ha lanzado dos investigaciones, un juez está analizando la decisión de detener a la mujer y activistas denuncian un sistema legal que, según dicen, es injusto con los indígenas.

“Jamás le harían eso a una persona blanca. No creo que lo hagan siquiera con una negra”, dijo Rick Lightning, anciano de Maskwacis, una comunidad al sur de Edmonton en la que se crió la mujer. “¿Por qué está bien hacerlo con una indígena?”.

La ministra de justicia Kathleen Ganley ofreció disculpas a la familia de la víctima, una mujer de la tribu cree cuyo nombre no fue revelado por haber sido víctima de una violación.

La madre de la mujer, cuyo nombre tampoco fue dado a conocer para proteger la identidad de su hija, dijo que era una muchacha “alegre” que hacía reír a los demás. En los documentos presentados ante el juzgado se la describe como una buena estudiante que cayó en las drogas en Edmonton, donde se hizo adicta al crack y terminó en la calle.

Allí conoció a Lance Blanchard, un hombre que pesaba el doble que ella y era 43 centímetros (17 pulgadas) más alto, que acababa de quedar en libertad tras cumplir una condena por violación y homicidio. La policía lo describió como alguien “extremadamente violento y oportunista”.

Ella dormía en las escaleras de un edificio en junio del 2014 cuando Blanchard la secuestró usando un puñal y la llevó a su casa, donde la apuñaló y la violó. Trató de escaparse, pero tenía las manos tan ensangrentadas que le resbalaban en el picaporte. De algún modo se las ingenió para llamar a la policía, que llegó y detuvo al agresor.

Durante una audiencia preliminar un año después, las autoridades la detuvieron cinco días por temor a que, por ser una adicta indigente, no se presentase a declarar en contra de su agresor. Según los documentos del juicio, se veía “claramente agitada y agresiva” al prestar declaración. “Le costaba concentrarse y no cooperaba demasiado” lo que generó “la sensación de que no se presentaría voluntariamente” a continuar su testimonio, indican los documentos.

Señalan asimismo que el juez Raymond Bodnarek la llamó “señora de Blanchard”, el nombre de su violador. La mujer luego se disculpó por su comportamiento anterior y dijo que se debió en parte a que el juez la había llamado por el nombre de su agresor.

Estuvo encadenada durante su testimonio y esposada cuando no estaba en el juzgado. Varias veces la alojaron en una celda pegada a la de su agresor y en al menos dos ocasiones fue trasladada al juzgado en el mismo vehículo que Blanchard.

En diciembre, otro juez halló a Blanchard culpable de agresión con agravantes, secuestro, detención ilegal y agresión sexual con agravantes. Ese juez, Eric Macklin, se mostró furioso con el trato que la mujer había recibido de las autoridades.

Macklin destacó que la mujer nunca faltó a una cita. “Sin embargo, la encadenaron”, escribió.

“Ella insistió en que era la víctima y agregó: ‘Soy la víctima y míreme: Encadenada. Este sistema es fantástico, grandioso’”.

El caso salió a la luz pública recién en junio, seis meses después del fallo, cuando la cadena CBC transmitió un informe sobre su trato.

La mujer falleció en diciembre del 2015, a los 28 años, tras ser alcanzada por una bala perdida durante un robo en un departamento de Edmonton. El individuo que disparó se declaró culpable de homicidio y fue condenado a cuatro años de prisión.

Carolyn Bennett, ministra de asuntos indígenas, dijo que el trato recibido por la mujer le recuerda las indignidades sufridas por los indígenas, quienes no tuvieron derecho al voto hasta 1961.

“El caso demuestra lo mucho que queda por hacer”, dijo Bennett. “Tenemos la obligación, como país, de resolver esto”.

Las inequidades se hacen visibles en Maskwacis, una comunidad rural de calles empedradas y paredes con grafitis, en la que abundan el desempleo, la violencia de pandillas y el abuso de drogas. La madre de la víctima lloró al hablar de su hija recientemente.

“Duele”, declaró a la Associated Press. “Somos seres humanos. La forma en que trataron a mi hija fue terrible”.

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