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Lo sentenció y lo cumplió, AMLO manda al diablo las instituciones.

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POr Manuel Tabla Díaz. 

A inicios de septiembre de 2006, el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador –entonces ex candidato a la presidencia de la República Mexicana– decidió mandar al diablo las instituciones cuando IFE le informó que no ganaba las elecciones de ese año. Obrador gritó a todo pulmón “Que se vayan al diablo con sus instituciones” (¡sic!). Así, vociferando improperios y escupiendo ira descalificó lo que nos llevó años de lucha, de esfuerzo, con costos muy elevados, pagados con cárcel, sangre y vidas humanas. En ese momento se quitó la máscara del hombre sereno y amistoso, para dejar ver su verdadero rostro, su verdadera personalidad: la intransigencia, la ira desatada, la incongruencia y el resentimiento se desbordaron entre actos y declaraciones, plantones y descalificaciones.

Hoy, a casi 13 años de aquella muestra de incongruencia, finalmente cumplió su dicho. El pasado 16 de junio, López Obrador, en una entrega del programa de Bienestar, sometió a consulta la construcción de un sistema colectivo de transporte llamado “metrobús”. Los ahí reunidos, sin tener ningún conocimiento del impacto ambiental o estudio que los capacitara para emitir una opinión, decidieron apoyar lo que mañosamente ya se estaba tramando, la cancelación de la construcción y puesta en marcha de la que sería una solución al transporte colectivo de los laguneros.  Este sistema de transporte conectaría los estados de Coahuila y Durango, pasando por Matamoros, Torreón, Gómez Palacio y Lerdo, entre otras ciudades.    

Pasar por encima de la decisión de técnicos y profesionales del ramo del transporte, para imponer su santa y soberana voluntad, es descalificar a las instituciones encargadas y responsables de dictaminar su uso y servicio. Utilizar a sus adeptos y seguidores para avalar esas decisiones, es una irresponsabilidad, así, como empoderar por encima de cualquier institución a un pueblo, es otorgar una patente de corso a una sociedad, que podrá hacer y deshacer, así como opinar y decidir en todo, de todo y por todo, aún sin reunir los conocimientos mínimos del tema.  

No es la primera vez que lo hace y creemos que tampoco será la última, lo mismo hizo con proyectos de relevancia nacional como el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, Tabasco. Para todos ellos, la decisión de su vialidad o no, fueron el resultado de una consulta entre los asistentes a sus mítines. Su argumento de que el pueblo pobre es sabio e incorruptible no lo califica para avalar decisiones que ponen en riesgo el ecosistema, como es el caso del Tren Maya, o las pérdidas multimillonarias por la cancelación del AICM, lo mismo que una refinería que será un pozo sin fondo.

Preguntar a ese pueblo y gobernar con sus respuestas, es peligroso, ya que todos queremos lo que nos interesa y no lo que verdaderamente nos conviene. Si las instituciones, han sido coartadas y mandadas al diablo, entonces, ¿con quién está gobernando el presidente?

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