CDMX.-Los vecinos del edificio Osa Mayor, en la colonia Doctores, continúan a la espera de que un dictamen les dé certeza sobre el destino del inmueble que resultó seriamente dañado con los sismos del 7 y 19 de septiembre, esto a pesar de que la delegación Cuauhtémoc lo catalogó en su lista de demolición urgente.
Por lo pronto, sin la ayuda de ninguna autoridad, los vecinos llevan más de 60 días turnándose en guardias para vigilar que nadie termine de saquear lo poco que les resta de patrimonio.
Delincuentes vestidos de voluntarios
Al escuchar la voz trémula del reportero que lo sigue dudoso por unas escaleras que crujen con cada paso, Samuel, pelo ralo y bigote frondoso, se para en la plataforma del piso cuarto y encoge los hombros.
¿Está seguro de que el edificio no se nos cae encima?, pregunta el reportero, quien ingresó a invitación de Samuel para constatar la condición en que se encuentra el inmueble.
-Nah, no creo –su voz rugosa hace eco en mitad de un silencio denso-. Si no tiembla ahora mismo, estamos seguros.
Tras la frase, Samuel esboza una sonrisa que no se sabe si es de burla o de compasión. Y reanuda la marcha mientras va explicando que esta torre de 14 pisos con nombre de constelación –Osa Mayor-, ya fue catalogada por la delegación Cuauhtémoc como un inmueble de alto riesgo.
El problema, matiza rápido, es que dos meses después del temblor del 19 de septiembre, el inmueble aún no cuenta con un dictamen del Instituto para la Seguridad de las Construcciones que certifique cuáles son los daños estructurales. Por lo que más de 200 vecinos que habitaban los 56 departamentos y ocho locales de la torre siguen sin hogar y, en algunos casos, viviendo literalmente en la calle, en unas carpas de lona.
Desde allí, poco a poco, van entrando bajo su propio riesgo a la torre para recuperar algo de su patrimonio perdido.
Un patrimonio que se vio mermado por la rapiña. Ya que, el día posterior del sismo, a pesar de la presencia de militares en la zona, desconocidos entraron al Osa Mayor con el pretexto de ayudar, y robaron hasta las cámaras de videovigilancia de la entrada del inmueble.
-Decían que venían a ayudarnos. Pero eran delincuentes disfrazados de voluntarios –lamenta Samuel con el ceño fruncido.
Riesgo inminente de colapso
Son las seis de la tarde, por una ventana sin cristales del Osa Mayor se observa un lento atardecer anaranjado que contrasta con la imagen de escombros desperdigados por el suelo y de columnas fracturadas.
Samuel, que va esquivando cascotes de yeso como si ya conociera de memoria donde se encuentra cada pedazo de cascajo, se detiene en seco cuando llega al quinto nivel y apunta con la barbilla hacia un abismo estrecho.
Con el sismo del 19-S, explica, las escaleras se separaron de la columna vertebral del edificio. Y a medida que se va ascendiendo de nivel, el espacio se agranda hasta tal punto que hay que saltar para no caer al vacío.
De hecho, ya en el sismo previo, el de 8.2 grados en la escala de Richter del 9 de septiembre, Protección Civil tuvo que evacuar a los vecinos de los niveles superiores de la torre, debido a que ese temblor también originó fuertes daños en la estructura de las escaleras, tal y como muestra un video que se hizo viral en Youtube.
-Los dos cuerpos que forman esta torre se inclinaron en direcciones opuestas: uno hacia el norte y el otro hacia el sur –dice Samuel apuntando a un tablón de madera que los vecinos colocaron para que hiciera de ‘puente’ entre la escalera y el resto del edificio-. Por lo que, en caso de colapso, la gravedad provocaría que la torre se abriera, literalmente, por la mitad. Como cuando pelas un plátano y le quitas la cáscara de un lado y del otro.
Tras la descripción gráfica, un aparatoso ¡crash! hace que súbitamente Samuel guarde silencio.
-Tranquilo, no está temblando -se apresura a decir negando con la cabeza.
Solo fue el ruido de una lámina de hierro que con el fuerte viento golpeó la deteriorada fachada de la torre. No obstante, el ocaso va ganando cada vez más terreno. Y lo más prudente, opina Samuel mientras se mesa el bigote, sería abandonar el edificio antes de que la oscuridad lo envuelva todo.
Dos meses de incertidumbre
Sobre una alargada mesa de plástico en la que los vecinos que hacen guardia desayunan, comen y cenan, Leticia Rosales extiende con cuidado unas láminas que conserva y presume como si de un manuscrito histórico se tratara: los folletos que, hace 30 años, promocionaban la venta de departamentos en la entonces flamante torre Osa Mayor.
-Mira qué bonito era nuestro edificio –dice acariciando con ternura la lámina.
Luego, para combatir el incipiente frío que llega con la noche cerrada, Leticia da un sorbo al café negro que una vecina le sirvió en vaso de plástico, y su rostro recupera el gesto adusto al observar las cintas de plástico que acordonan sin éxito la entrada a la calle Doctor Lucio, donde personas de todo tipo –padres de familia, niños, empleados, ancianos– ignoran los precintos de Protección Civil ante la ausencia de policías, y transitan a escasos metros del Osa Mayor y del Centauro; otra torre en riesgo de colapso.
-Dos meses después del sismo, seguimos en una situación de incertidumbre, de angustia –recalca la señora, quien expone que aunque ya se le hicieron escáneres al edificio y estudios estructurales, nadie les ha entregado ningún dictamen de seguridad, ni tienen certeza de qué es lo que sigue para ellos en caso de tener que demolerlo.
-Si demuelen nuestro edificio, ¿qué va a ser de nosotros? ¿A dónde vamos a ir? –Pregunta mostrando las palmas abiertas de las manos-. Porque ya no solo es que perdamos el techo, sino que además perdemos nuestro hogar.
“Los créditos del gobierno nos dan en la yugular”
Leticia hace una pausa y se ajusta los lentes. Dice que el temblor, además de fracturar columnas y trabes, también ha fracturado a las familias que han tenido que abandonar el Osa Mayor para dividirse entre parientes, amigos, y la renta temporal de otros inmuebles.
Y por si fuera poco, critica, una jubilada como ella tendrá muy difícil poder acceder a los créditos que ofrece el gobierno de la Ciudad de México a los damnificados por el sismo para acceder a otra vivienda.
-Más que créditos blandos, son créditos que nos dan en la yugular –dice enojada, para explicar que para un crédito de dos millones tendría que pagar 15 mil pesos mensuales y ganar un sueldo de 40 mil aproximadamente, además de no estar en el buró de crédito y contar con referencias bancarias.
-Yo soy una persona jubilada y además discapacitada, por lo que no cumplo con los requisitos. O bueno –dice ladeando la mirada hacia las carpas de lona donde cenan algunos de sus vecinos-, más bien creo que ninguno de nosotros pueda cumplir con todos esos requisitos.
Además, lo que causa enojo a Leticia y al resto de damnificados, no solo del edificio Osa Mayor sino al de otras zonas afectadas, tal y como quedó manifiesto en las protestas del pasado 9 y 19 de noviembre en diferentes avenidas de la capital, es lo que entienden un manejo opaco de las ayudas que México recibió del extranjero para apoyar con las labores de rescate y reconstrucción del sismo.
-No hay transparencia –dice tajante la mujer-. Nadie nos explica: miren, aquí está lo que donó Estados Unidos, y aquí lo que donó tal país de Europa. Pero nadie nos dice nada. Lo único que vemos es que mucha gente ha aportado para ayudar a México. Pero nosotros, como mexicanos, no tenemos un presidente que venga aquí y nos ayude. Ninguna autoridad lo ha hecho. Ninguna –repite Leticia, que eleva la mirada hacia una luz que se quedó prendida en un departamento del Osa Mayor, y da por terminada la plática