Por Homero Aguirre Enríquez
Vocero Nacional del Movimiento Antorchista
El uso de miles de policías, cuatro helicópteros, varias tanquetas antimotines, escudos, toletes y vallas para impedir que avanzaran miles de integrantes del Movimiento Antorchista que se manifestaban pacíficamente, fue el sombrío escenario del cuarto informe de gobierno de Miguel Ángel Mancera, donde presumió sus “logros”, mostró cifras adobadas a su modo y, muy orondo, exigió que el gobierno federal y el Congreso le asignen más recursos públicos a su administración, mismos que desde hace años les ha negado a quienes se manifestaban a unas cuadras de distancia, al igual que a muchos otros capitalinos que han sido reprimidos por no ser perredistas, lo que es un abuso y una flagrante violación a la Constitución.
El sectarismo, el manejo faccioso de los programas y recursos públicos, el abuso de poder en todas sus manifestaciones, la violencia policiaca contra la ciudadanía, todo eso que los mandamases del PRD esgrimieron hace casi veinte años como argumento válido, con el que lograron que la gente votara por ellos y desde entonces se entronizaron en el gobierno capitalino y en otros puestos públicos, volvió a salir a tambor batiente, pero ahora protagonizado por los gobernantes perredistas de la Ciudad de México. No es la primera vez que los gobernantes “democráticos” de la capital reprimen al antorchismo; desde Cuauhtémoc Cárdenas (que desalojó a golpes un plantón y, manu militari, obligó a desfilar a los manifestantes a paso veloz hasta la orilla de la ciudad) no ha habido un Jefe de Gobierno que no haya reprimido a la organización; incluido Andrés Manuel López Obrador, que ahora ya inventó otra chaqueta pero que en su momento como gobernante se mostró igualmente sectario y represivo.
Para los habitantes más pobres de la Ciudad de México, entre los que están miles de antorchistas, ésos que no tienen casa o viven inseguros en colonias sin servicios, lo único que ha cambiado en 19 años de gobernantes “democráticos”, es el nombre de la ciudad y los colores partidistas. Para ellos, simplemente, dejó el poder un diablo tricolor y su lugar fue ocupado por un diablo amarillo. Y no son los únicos que piensan así: una encuesta de El Universal, aplicada en junio de este año, habla de un desplome de la popularidad de Miguel Ángel Mancera, que hace 3 años tenía un 57% de aprobación, y ahora tiene sólo un 17%. Por su parte, la encuesta más reciente del diario Reforma, de agosto de este año, concluye que el 70% de los habitantes de la Ciudad de México no votaría por Mancera si éste fuera candidato presidencial. El día que el pueblo francés asaltó La Bastilla e inició la caída de la monarquía, Luis XVI escribió en su diario: “Hoy no ha pasado nada”. ¿En estos días de repudio popular, acaso Mancera escribe algo similar?
El hecho de que Mancera afirme que no es perredista, no lo disculpa de la agresión arriba señalada y tampoco de todos los yerros que se cometen en el gobierno de la capital, puesto que el programa de gobierno que ofreció a los electores de la Ciudad de México es el de los perredistas. Mucho menos disculpa al PRD, al contrario, muestra el oportunismo extremo, el abandono de cualquier principio, que prevalece en la mal llamada izquierda mexicana, dispuesta a poner como su abanderado a quien sea y como sea, aunque sólo usen a ese partido como papel sanitario, agencia de colocaciones o para formar otros partidos igualmente desechables.
Es probable que esta lucha se prolongue por mucho tiempo, por lo que conviene reiterar brevemente algunas de las razones que llevaron a la gente a manifestarse y a instalar un plantón permanente en el Monumento a la Madre, ante la imposibilidad de hacerlo en el Zócalo, que es zona exclusiva para los perredistas y sus cuates. En febrero de este año, Mancera ordenó un brutal desalojo de 300 familias que habitaban desde hace 20 años una fracción de un predio llamado La Ciénega, aledaño a la Línea Dorada del Metro. Con maquinaria pesada y cientos de policías, las familias fueron expulsadas violentamente y sus casas reducidas a escombros. De nada sirvió que mostraran documentos y testimonios oficiales que demostraban que eran los propietarios legítimos, pues el gobierno de la Ciudad de México ha decidido apoyar un desarrollo inmobiliario que beneficiará al poderoso grupo Wal-Mart, que con los gobiernos del PRD ha gozado de todo tipo de consideraciones y garantías, al igual que las han tenido otras familias adineradas del país. Pues bien, desde entonces y por decisión de Mancera y los perredistas, esas familias viven debajo de una lona colocada a un costado de las ruinas de lo que fue su hogar.
Algo más: ¿alguien cree que el gobierno de la Ciudad de México, uno de los que más dinero tiene en todo el país, no pude construir una pequeña secundaria en una colonia popular en Gustavo A. Madero? ¿O que no puede intervenir para que se dote de energía eléctrica a Tiziclipa, un pequeño paraje de familias proletarias, en donde ya hay postes de luz y cableado hasta cada domicilio, pero el gobierno local, por sus pistolas, no autoriza la conexión? ¿Es mucho pedir la regularización de algunas colonias (varias de ellas formadas hace décadas por los propios perredistas), o asignar créditos para unas cuantas acciones de construcción o mejoramiento de vivienda a diversas familias pobres que lo requieren? Claro que no. No es falta de recursos lo que impide llegar a un acuerdo favorable a los peticionarios, sino que la tozuda negativa obedece a la arbitraria decisión de bloquear toda petición de los antorchistas, bloqueo que es secundado por algunas áreas del gobierno federal. Parafraseando a nuestro líder nacional, preguntamos nuevamente: ¿están de acuerdo con Mancera para debilitar y aislar a los antorchistas? ¿Cómo y entre quiénes se están tejiendo las alianzas para los duros combates que se avecinan? No sé si lleguemos a saberlo, pero lo que aseguro es que no retrocederemos en nuestra lucha, que ésta alcanzará las dimensiones y la duración que sean necesarias y que servirá para que el pueblo se convenza de que nada gana si sólo cambia un diablo por otro para que gobierne; que urge que el pueblo organizado tome el poder en sus manos.