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Represión, total y absoluta confesión de la imposibilidad de gobernar

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Por Dimas Romero
Dirigente de Antorcha en Quintana Roo

Mujer que en la lucha tu juventud derramas, 

contagiándola de un aire nuevo y puro,

pueblo que enciende sus ardientes llamas,

alumbrando jubiloso la senda del futuro.

Vaya esto, como homenaje a mis compañeros antorchistas de Ecatepec, Estado de México y a su dirigente, la Regidora Camelia Domínguez Isidoro, quienes sostenían un plantón frente al palacio municipal y que hace unos días fueron víctimas de la brutal reprensión ordenada por el señor presidente Indalecio Ríos.

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A ti compañera, por tu arrojo, por tu decisión y por tu bravura al frente de la lucha y porque mientras otros, sumisos, se arrodillan ante funcionarios superiores, tú, haces historia. A ustedes compañeros, porque al agrandarse ante el terror, demuestran a la humanidad que el pueblo, concientizado, siempre está a la altura para alumbrar a la nueva sociedad. Y a ambos, porque hacen cada vez más posible el sueño de un futuro mejor para nuestra patria.

Cuando esto escribo, la realidad ha pagado su deuda con el tiempo, y los días, pesados como fardos, se amontonan sobre el fenómeno, y éste ha dado dado un giro, luego de que el gobierno que encabeza Indalecio Ríos, acosado por la presión social y el desprestigio de sus actos, tuvo que hacer compromisos de solución. No obstante, el hecho se antoja como un suceso preñado de enseñanzas, que a los mexicanos conviene aprovechar.

En primer lugar, se aprecia una efervescencia política hasta hace poco desconocida, que el malestar social aumenta, que existe una condena casi general en contra de la corrupción de los gobernantes que hace visible la descomposición de los actuales partidos, evidenciándolos como instrumentos para acceder al poder que abre las arcas donde se administra la riqueza de los mexicanos. Llegados a este punto, algunos sectores de la prensa, otrora poderoso escudo de los gobiernos, en su afán por defender lo indefendible, se exhiben a sí mismos, como parte del aparato ideológico al servicio del estado.

En segundo, vemos que el pueblo trabajador cada vez entiende más la contradicción entre sus extenuantes jornadas de trabajo y la agudización de su pobreza, y al lado del creciente ejército de desempleados, ha entrado a una etapa de inconformidad que lo empuja a organizarse para pedir justicia, ante lo cual los gobernantes, que incapaces ya de esgrimir el “irrestricto apego” a las leyes como rectoras de sus actos de gobierno, recurren a la reprensión para desalentar los reclamos y las exigencias.

En tercero, los ideólogos y los hombres de ciencia, advierten y confiesan el peligro, pero lo mismo que los médicos cuando asisten a un moribundo, no pueden hacer otra cosa que observar, atónitos e incapaces, los progresos de la enfermedad, como lo demuestra el último reporte de OXFAM(México) que dice: “Nuestro país está inmerso en un ciclo vicioso de desigualdad, falta de crecimiento económico y pobreza… hay 53.3 millones de personas viviendo en la pobreza… La riqueza…se encuentra concentrada en un grupo selecto de personas….Vemos con preocupación la excesiva e indebida influencia de los poderes económicos y privados en la política pública y la interferencia que esto implica para el ejercicio de los derechos ciudadanos.»

Y último, pero más importante aspecto que se oculta en la vorágine política, es que estos síntomas sociales, no son producto de las ideas o de la maldad de los hombres, muy por el contrario, son el reflejo de lo que subyace en las entrañas de la sociedad, el reflejo de la agudización de las contradicciones, y de la imposibilidad de continuar con la grosera acumulación de riqueza de unos pocos y el ofensivo incremento de ciudadanos en pobreza extrema. Y que la represión, no es sólo producto de la torpeza y el autoritarismo de los gobernantes, sino también la total y absoluta confesión de la imposibilidad de seguir sosteniendo estas contradicciones artificialmente, y su inevitable caída en la ilusión de poder anular los efectos sin considerar las causas, olvidándose que el miedo no elimina las necesidades de la gente, su anhelo de justicia y la agudización de los problemas económicos.

Por lo tanto, por simple instinto de supervivencia conviene, a los gobiernos, sacar de su cabeza las ilusiones de una solución recurriendo a la represión, y a los pobres, entender que la represión no es sino una enfermedad  sistémica e histórica que irá en aumento, ante lo cual sólo podrá anteponerse el número y la conciencia del pueblo pobre, pero que al final de las cuentas, esto es el preludio de una sociedad más justa e igualitaria.

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