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Antorchistas contra Graco Ramírez

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A Graco Ramírez, en su visita al sureste mexicano

Dimas Romero

Hace unos días, me enteré que mi compañera Soledad Solís, miembro de la Dirección Nacional Antorchista y dirigente de miles de ciudadanos que usted gobierna, ha recibido amenazas vía telefónica, en un contexto político en el que ha denunciado, con movilizaciones y propaganda, la negativa de su gobierno para  atender demandas de miles de morelenses humildes. Y al enterarme, señor, que nos hizo el honor de visitar estas lejanas tierras del Sureste mexicano, me trasladé a la ciudad de Cancún, ya que me enteré que usted iría a promover el encuentro empresarial que organizará la Coparmex en Cuernavaca los días 9, 10 y 11 de noviembre del año en curso.

Ya en compañía de algunos de  mis compañeros antorchistas cancunenses, intenté localizar el mencionado evento, para pedirle que respete los derechos constitucionales de mis compañeros morelenses, pensando que quizá, fuera del entorno tan pesado que se vive en el estado que usted gobierna, y conmovido por este paradisiaco terruño nuestro, podría aceptar escuchar una petición de atención a las necesidades apremiantes de un amplio sector poblacional del estado que a pesar de haber sido la cuna de Emiliano Zapata, no ha podido dar bienestar y justicia a sus hijos. Lamentablemente, no pude encontrarlo.

Aunque, siendo sincero, incluso si hubiera logrado mi cometido, no existía ni la más mínima posibilidad de que usted se tomara el tiempo de atenderme, ya sabe uno lo que significa intentar acercarse a los eventos que se hacen en esas esferas de la sociedad; el mexicano de a pie sólo puede verlos de cerca cuando hay elecciones, y ustedes, por su parte, sólo se acuerdan de él, cuando mencionarlo abona al mejoramiento de su imagen. Así que, en honor a la verdad, lo dejé por la paz y pensé en convocar a una rueda de prensa y difundir mediante mis modestos medios, este atropello en contra de las garantías constitucionales de esa gran mujer que dirige un importante grupo de habitantes de la tierra de Zapata, que buscan lograr justicia y paz social.

Pero ayer por la mañana, cuando leí los diarios, encontré las irritantes declaraciones de usted, que aún navega con bandera de “hombre de izquierda”, primero en una nota firmada por la periodista Eloísa González, en la que usted destaca “el gran esfuerzo del sector empresarial en el combate a la corrupción, desigualdad y combate a la pobreza a través de iniciativas que promueve, como la ley 3 de 3”; por su parte, la redacción del diario La Verdad, escribió que usted reconoció el trabajo de la COPARMEX, al considerar que “sus propuestas han transformado el destino de México, al generar modificaciones a las leyes erigiéndose como promotor de las causas de los ciudadanos”.

Estas declaraciones lo exhiben como un hombre que, aunque haga el ridículo, quiere congraciarse a toda costa con algunos de los señores del dinero, aunque tenga que hacer afirmaciones evidentemente falsas, o por lo menos sin ninguna demostración, como atribuirles grandes méritos en la lucha contra la desigualdad y la pobreza a personajes que han construido grandes fortunas, precisamente porque nuestro país padece uno de los niveles salariales más bajos del planeta y sufre una indefensión laboral casi absoluta, situación que se verá reforzada grandemente con la reforma laboral que han impulsado, entre otros, algunos de los que usted señala como “promotores de las causas de los ciudadanos”. Seguramente usted hubiera estado de acuerdo con aquellos serviles de la época de Galileo, que para quedar bien con los mandamases de su tiempo, mentirosos y opuestos al progreso, exclamaron: ¿Para qué nuevas leyes de las caídas de los cuerpos, si sólo lo que importa es la caída de rodillas?”. Y así se quedaron, postrados y ridículos ante los poderes de su tiempo.

Pero no nos metamos en esas profundidades, que desvestirían a los maestros de la demagogia basada en inocuos discursitos. No encuentro, por más que busco, razón alguna que me diga que usted cumple su deber al venir de vocero de la clase empresarial a promover un evento de ésta, aduciendo que lo hace  por su consecuente lucha (la de ellos) en contra de la pobreza y porque han demostrado que defienden las causas ciudadanas. No discutamos más si lo hacen o no, para entrar a la razón de por qué escribo este artículo. Me interesa  que sepa que no lo busco a nombre mío, sino a nombre de los 20 mil antorchistas en este estado y del millón y medio a nivel nacional, para preguntarle: ¿Y por qué viene usted tan lejos a combatir semejante monstruo (la pobreza) y con esos medios? ¿No será mejor quedarse en casa a defender a los que no se pueden defender y atacar allá a la injusticia y la desigualdad? ¿Qué mejor prueba  de su lealtad a la verdadera izquierda y sus nobles causas, que resolver las demandas de los miles de antorchistas morelenses, en vez de amenazar por teléfono a una mujer sencilla cuyo único delito ha sido su decisión de no resignarse a que sean ignorados los derechos de sus compañeros? La respuesta es sencilla, usted, como muchos otros gobernantes, no trabaja para el pueblo pobre, sino movido por el frío interés del dinero.

Así que, muy distinguido señor, me permito informarle desde ahorita que todos los antorchistas de México estamos listos para cualquier tarea de movilización o denuncia que la defensa de nuestra compañera Soledad Solís y los antorchistas morelenses nos demande. Porque con todo y que a los seres humanos nos atemoriza poner en riesgo nuestra integridad física, los antorchistas, que hemos sufrido incontables ataques, sabemos que más que corriendo a escondernos, es luchando de frente y con la ley en la mano como vamos a protegernos mejor; que renunciar a nuestra lucha es impensable e inconcebible, y afortunadamente aprendimos desde hace mucho, que los verdaderos y profundos cambios sociales no los hacen los líderes o las grandes personalidades, sino las masas populares, y para nuestra dicha y fortuna, las masas antorchistas son ya las de una organización adulta que sabe y sabrá siempre estar a la altura de las exigencias de la sociedad futura que nuestra realidad engendra. Vale.

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